El COVID-19 provocó que nuestras vidas sufrieran cambios de manera acelerada e inesperada, nos hizo buscar nuevas formas de vivir o sobrevivir. En algunos casos nos hizo reinventarnos y al estar al borde del desborde tuvimos que buscar diversas formas de aprender a sobrellevar esta situación que en muchos casos resultaba caótica, es así que la educación no estuvo exenta de cambios y tuvo que buscar nuevos ambientes de aprendizaje.
La educación tuvo que reinventarse, esto implicaba cambios abismales en la vida diaria de las personas, teniendo que adaptar nuevos programas y técnicas que permitieran que el aprendizaje fuera significativo para el estudiante. El maestro tuvo que dejar de manera obligatoria sus actividades tradicionales en las aulas y prepararse para el cambio que sufrirían no solo ellos en su quehacer educativo sino también los alumnos y padres de familia, buscando la manera de direccionar el aprendizaje al uso de la tecnología; cambio que afectó emocional y psicológicamente a muchos que tuvieron que aprender y despojarse de sus miedos.
Podríamos asegurar que la educación dio un giro de ciento ochenta grados y hubo un cambio en el proceso educativo tradicional en donde el docente era la figura central. Se cambiaba hacia un modelo educativo más interactivo, presentándose cambios de roles, donde el docente toma la figura de tutor y el estudiante el de una persona responsable de su propio aprendizaje. En este proceso no hay que olvidar a los padres de familia que día a día se plantean desafíos que van desde mantener la armonía familiar, ser formadores de sus hijos, luchar contra una economía debilitada, falta de empleo y la carga emocional derivada de esta situación global.
Los medios tecnológicos brindan muchos beneficios, pero al introducirlos en el proceso de enseñanza aprendizaje sin estar preparados a este cambio repentino y el encierro obligatorio que de una u otra manera cambió la vida de todos, causó conmoción en los estudiantes, familias y docentes que no se habían preparado ni física, ni mentalmente para esta nueva forma de educar, en donde la comunicación se daría por medio de una pantalla, donde las demostraciones afectivas ya no existirían, fue un adiós a los abrazos llenos de aprecio, sonrisas cargadas de dulzura, miradas tiernas e inocentes. La pandemia se llevaría la comunicación y los afectos que demostrábamos en el compartir diario.
Sin embargo, reconocemos que la tecnología tiene grandes ventajas proporcionando al estudiante la facilidad de interactuar con sus compañeros o con el docente, siendo necesario estudiar la eficacia del uso de la tecnología, es necesario averiguar cuáles son las respuestas afectivas que perciben los estudiantes en los ambientes de aprendizaje virtual. Pero las circunstancias han afectado las emociones impidiendo que se aprenda de manera significativa.
Hay que replantearse lo valioso que es en la actualidad trabajar las emociones en el contexto de los miembros de la comunidad educativa, trabajar para reducir esas emociones negativas que en ocasiones llegan a nuestro pensamiento, deberíamos maximizar las cosas positivas que alimenten nuestro yo interno y es necesario orientar más nuestra labor en el aspecto emocional que el intelectual. Se habla mucho de la importancia del distanciamiento social, para precautelar nuestra salud, pero en el camino ese distanciamiento fue aumentando el estrés en los estudiantes, familias y maestros.
Toda esta situación nos ha llevado a un aislamiento comunicativo que afecta la convivencia diaria, al haberse reducido los espacios que involucran el contacto visual y el uso del lenguaje corporal. ¿Será que no nos hemos preocupado por tomar en cuenta la salud emocional de las personas que forman parte de nuestro entorno de aprendizaje?
Como docentes comprometidos con la calidad de la educación hemos tratado de buscar nuevas metodologías, técnicas y plataformas digitales, que permitan a los estudiantes tener clases virtuales de calidad, pero nos estamos olvidando del problema que se fue creando en los niños, padres de familia y docentes por la nula vida social emocional. El distanciamiento físico acrecentó la ansiedad y el estrés. No solo basta dar clases magistrales, sino que en la nueva forma de aprender se deben fortalecer los lazos de unión entre estudiantes, padres de familia y docentes.
La virtualidad fue impuesta, y en el camino se descubrió que no todas las personas contaban con los requerimientos tecnológicos para recibir o incluso impartir clases, y esto unido a la fragilidad emocional, el estar encerrado por la crisis sanitaria y tener una economía tan débil nos lleva a replantearnos lo que como docentes deseamos: estudiantes felices que te reciben cada día con una sonrisa en sus labios o padres estresados por las dificultades que sortean en el día a día. Necesitamos entonces cuestionarnos si los estudiantes, padres de familias y docentes se sienten saturados emocionalmente con todo lo que se presenta actualmente en sus vidas, ¿no sería el momento ideal de buscar una pausa y sacar de nuestra chistera el termómetro emocional?.
Algunos estudios indican que el fin que debería tener la educación virtual es crear primero una experiencia de aprendizaje centrada en lo emocional y luego en lo cognitivo. Aprendamos entonces a reconocer que las emociones son importantes para que los procesos de aprendizaje estén centrados en la atención, memoria y se puedan tomar decisiones, porque nuestros estudiantes esperan que su maestro los sorprenda cada día con algo nuevo cuando se desarrolla esa conexión emocional, estimulando en ellos ese interés por aprender.
Prof. Carlota Piguave
Docente Tercero de Básica